martes, marzo 29, 2011

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Sigo coleccionando "ayeres",  "ayeres" que sean imborrables.
GIANNI RODARI, dijo que "las amistades de los dieciseis años son las que dejan las señales más profundas en la vida", y yo le creo.
Ahora un sabio consejo de Henri Beyle: "Adíos, amigo lector: procura no malgastar tu vida en odiar y en temer"

sábado, marzo 26, 2011

A propósito de viajes y viajeros

LOS VIAJES―como el amor, los hijos, la amistad, los libros, la música, las películas, etc.― habrían de tener algún elemento decisivo en nuestra vida: ser imborrables y no reducirse a simples postales fotográficas para el álbum turístico de nuestra vanidad viajera. Hay viajes y hay consecuencias.
Es injusto y torpe generalizar pero ―por lo que toca a los viajes y a los viajeros― habría que preguntarnos por qué hay tanta profundidad vital en no-viajeros y poco viajeros, como Kant y Montaigne, y por qué hay tan enorme frivolidad en una legión de viajeros frecuentes y turistas compulsivos, que viven obsesionados, un día sí y otro también, por ir hacia nuevos rumbos y caminar nuevos caminos para luego venir a contar que vieron esto y aquello, pero que siguen insatisfechos, porque mañana o la próxima semana, o el mes siguiente, abordarán avión, tren, autobús, barco o automóvil para ir otra vez por el mundo y luego otra vez regresar a contar otra vez lo que allá vieron.
A mi juicio, la respuesta es muy simple: porque los primeros viajaron al centro de sus vidas y, con ello, al centro más profundo de la humanidad, mientras que los segundos (esos turistas compulsos y convulsos) no conocen casi absolutamente nada de sí mismos a cambio de haber hollado toda la banal periferia que juzgan centralidad, en una especie de provincianismo cosmopolita o exotismo provinciano.
Antes de querer conocer el mundo habría que comenzar por intentar conocernos a nosotros mismos. Pero ello exige más dedicación y más afán que llenar las maletas y comprar un billete.
El día que, encerrados en nuestro particular Königsberg, tengamos siquiera una mínima noción de quiénes somos, podremos, tal vez, conocer algo del mundo y de los demás. De otro modo, sólo sabremos de paisajes exóticos.
El viaje hacia nosotros mismos puede enseñarnos mucho más que mil caminos y destinos periféricos. Es una pena ―pero también una alegría― que sea la enfermedad la que nos brinde, a veces, esta oportunidad de viaje.

Preámbulo del libro "Escritura y melancolía" de Juan Domingo Argüelles en Ediciones Fórcola.